Жекачка, Vacaciones bajo las bombas

Eugenia regresa a Kiev para visitar a su marido Dimitri

Cuando estalló la guerra y la capital ucraniana era objeto de atroces bombardeos esta familia se refugió en una población cercana a la frontera con Polonia, como muchos ucranianos. Pero cuando se dieron cuenta de que no era algo temporal y que la guerra iba para largo decidieron enviar a su hijo Vlad a Amorebieta, a casa de su amiga Tatiana. Ella llegó después para estar junto a su hijo menor de edad. 

 
Trabaja de camarera en el Bar Singing Munch, siempre detrás de una sonrisa. Nadie sospecharía jamás que su pensamiento está siempre en ese pedazo de cielo de Kiev bajo el que aún viven su marido y sus padres enfermos. Pendientes de las bombas y los drones, de las alarmas antiaéreas, con el miedo en el cuerpo. 

 

Жекачка, así se escribe su nombre en cirílico, ha compartido sus recientes vacaciones con su marido en Kiev. El día 23 hubo un bombardeo masivo. La nueva ronda de ataques de Rusia dejó al menos siete personas muertas y unas 70 heridas. También se incendiaron varios apartamentos y edificios no residenciales. “Vivimos en un pequeño piso cerca de una fábrica que probablemente fabrica utensilios para el ejército y puede ser objeto de los bombardeos en cualquier momento. Cerca hay una estación de metro donde encontramos refugio cuando suenan las sirenas. Allí estuvimos abrazados varias horas mi marido y yo esperando que se silenciaran las bombas”, relata Eugenia con una asombrosa normalidad.

Y es que Kiev trata de sobrellevar la guerra de la manera menos traumática posible. Tratan de hacer vida normal, aunque son conscientes del gran peligro que les acecha. “La gente va a trabajar y a estudiar, las tiendas están abiertas. No puedes vivir siempre con miedo. Cada día es como una nueva vida, aunque sean los bombardeos los que marquen el ritmo de nuestras vidas. Estamos atentos a una APP que nos alerta si llegan drones, misiles o aviones. Todos tenemos una bolsa o mochila preparada con la documentación, agua, comida y medicinas… porque no sabemos si tras un bombardeo podremos regresar a casa. Nos refugiamos en sótanos o en el metro y salimos cuando la APP nos dice que ya es seguro subir a la superficie. Es una rutina de vida en medio de una guerra”, relata Eugenia.

Pero a pesar de ello Ucrania se desangra. No hay cifras oficiales de muertos por ninguno de los dos bandos. La propaganda es la que manda. “Creo que hay muchos más muertos de los que nos dicen. Muchos amigos y vecinos han perdido a familiares en el frente. He estado en pueblos pequeños cerca de la frontera con Polonia. Poblaciones que ahora tienen cementerios que sobrepasan con creces su población”, añade esta Kievita.

“Antes teníamos una vida maravillosa y feliz, con casa propia, coche, vacaciones en verano y parecía que vivíamos en un lugar seguro. Yo trabajaba en una agencia de viajes, mi marido en una carpintería metálica. Todo eso se derrumbó con la invasión rusa”. Por ahora no hay esperanza de que termine pronto la guerra. No saben lo que les deparará el futuro. Ni si su hijo Vlad, que ahora estudia Soldadura en FP Zornotza, será llamado a filas, tampoco si su marido Dimitri, a pesar de su grave lesión de espalda, tendrá que acudir al frente. Puede que ella también regrese a Kiev a cuidar de sus padres enfermos.

El futuro es incierto. Pero la sonrisa de Eugenia no se rinde. Ucrania tampoco.

Nota: En este texto el entrecomillado no es literal. Me he permitido la licencia de atribuir a Eugenia palabras que a duras penas traduce con su móvil. Gracias por tu esfuerzo para comunicarte con los lectores de Hilero Zornotzan.

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